Monarquía constitucional
Es una forma de gobierno donde el monarca ostenta la jefatura del estado. Es un poder de mediano carácter simbólico, puesto que se encuentra regulado por una ley, con frecuencia una Constitución. También, se caracteriza porque el rey o la reina tienen un papel de moderador o árbitro en los conflictos políticos del Gobierno, habitualmente, elegido democráticamente.
Por oposición a la monarquía absoluta, la ciencia política distingue entre monarquía constitucional y monarquía parlamentaria. En las monarquías constitucionales, el rey conserva el poder soberano o bien lo comparte con el pueblo al que concede una serie de derechos mediante una carta otorgada o constitución. En cambio, en las monarquías parlamentarias la soberanía reside, en su práctica totalidad, en la voluntad popular, siendo el monarca una figura esencialmente simbólica. El ejemplo clásico de monarquía constitucional es el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, que no posee una constitución codificada, sino un grupo de leyes que forman su constitución.
La monarquía constitucional de la Gran Bretaña tiene como origen el 1 de mayo de 1707 en que se ratifica la Union Act por la que los parlamentos de los reinos de Inglaterra (había anexionado a Gales en 1535 – 1542) y escocia acuerdan la completa integración de ambos reinos con la creación de un nuevo estado, el de Gran Bretaña, acto preliminar de un largo proceso histórico constitucional que, de cualquier forma, no concluirá hasta 1837.
El sistema político Británico del siglo XVIII se caracterizaba por el poder compartido entre el rey y el parlamento, reparto en el cual este último iba ganando ventaja gradualmente. El rey elegía ministros, que respondían a él, y que determinaban la política y orientaban el parlamento; este tenía facultades para hacer leyes, decretar impuestos, aprobar el presupuesto e influir indirectamente en los ministros del rey. El parlamento Británico del siglo XVIII estaba dominado por una aristocracia terrateniente, dividida por los historiadores habitualmente en dos grupos: los pares, que tenían asiento en la cámara de los Lores y servían como lugartenientes de los señores, controlando el nombramiento de los jueces de paz; y la clase terrateniente, con asiento en la cámara de los comunes, cuyos miembros hacían el servicio de jueces de paz en los condados. Hay controversia histórica sobre si tiene sentido distinguir entre las aristocracias, pues estos grupos tenían mucho en común. Ambos eran dueños de tierras con similares intereses económicos, y solían darse los matrimonios entre las dos clases.
Si bien la monarquía británica se enfrentaba a una poderosa aristocracia que monopolizaba el parlamento y que ocupaba la mayoría de los puestos gubernamentales de importancia local (como los jueces de paz de los condados) y nacional, no dejaba de ejercer un considerable poder. Dado que la aristocracia se hallaba dividida por pugnas facciosas basadas en rivalidades de familia, los reyes podían aprovechar las divisiones para ganarse partidarios aristócratas mediante el patrocinio, concediéndoles títulos y puestos en el gobierno, así como en la iglesia y en el personal de trabajo de la casa real.
Lo que permitía el funcionamiento del sistema británico de patronazgo político era la estructura de las elecciones parlamentarias. Los diputados de la cámara de los comunes eran escogidos de entre municipios y condados, pero no por voto popular y difícilmente de manera equitativa. De los casi quinientos diputados de la cámara de los comunes, casi cuatrocientos eran escogidos de entre los municipios, Sin embargo, era la historia más que a población lo que determinaba el número de delegados de cada municipio, de suerte que, en un municipio seis personas podían elegir a dos representantes, en tanto que ciudades nuevas como Manchester, no tenían un solo delegado, pese a sus crecientes poblaciones. También había gran variedad entre quienes podían votar, lo que permitía a los aristócratas terratenientes ricos obtener apoye mediante el patrocinio y el soborno; el resultado era una cantidad de ‘’municipios de bolsillo’’ controlados por una sola persona. El duque de Newcastle, por ejemplo, controlaba a los representantes de siete municipios. Se ha estimado que de 405 diputados municipales, 293 eran elegidos por menos de 500 votantes. Este control aristocrático se extendía asimismo a los delegados de condado, dos de cada uno de los cuarenta condados de Inglaterra. Aunque todos los dueños de propiedades con valor de, por lo menos 40 chelines anuales podían votar, los miembros de las principales familias de la nobleza y alta burguesía terratenientes eran elegidos una y otra vez.
Puesto que los ministros eran los responsables de ejercer el patronazgo del rey, la cuestión de quienes llegaran a ser ministros principales adquirió gran significado político. En 1714 se estableció una nueva dinastía Los Hanoverinos cuando la última soberana Estuardo, la reina Ana (1702 – 1714), murió sin dejar heredero. La corona fue ofrecida a los rectores protestantes del estado alemán de Hanover. Tanto Jorge I (1714 – 1727) como Jorge II (1727 – 1760) confiaron en Roberto Walpole como ministro jefe o primer ministro, y en el duque de Newcastle como principal dispensador de patrocinio, poniendo a este último en el centro de la política británica. Toda vez que el primer rey de la casa de Hanover no hablaba inglés, y que ni el primer Jorge ni el segundo estaban familiarizados con el sistema británico, se les permitió a los ministros principales manejar el parlamento y dispensar el patronazgo. Muchos historiadores creen que este ejercicio del poder ministerial fue un paso significativo en el desarrollo del moderno sistema de gabinete en el gobierno británico.
Walpole sirvió como primer ministro de 1721 a 1742 y planteo una política exterior pacifica para evitar nuevos impuestos a las tierras. Con todo, nuevas fuerzas estaban surgiendo en la Gran Bretaña del siglo XVIII. A medida que el comercio y la industria pujantes llevaban a una siempre clase media a promover la expansión del comercio y el imperio mundial. Los exponentes del imperio hallaron portavoz en Guillermo Pitt el viejo, quien fue hecho primer ministro en 1757 y favoreció las ambiciones imperiales apoderándose de Canadá y la India en la guerra de los siete años.
A pesar de sus éxitos, Pitt el viejo fue destituido por el nuevo rey Jorge III (1760 – 1820) en 1761 y sustituido por el favorito de este, Lord Bute. Jorge III estaba determinado a fortalecer la autoridad monárquica y a manejar personalmente el poder de patronazgo. Sin embargo, conforme un creciente número de periódicos difundiera las ideas de la ilustración a un nutrido publico lector, el clamor en pro de la reforma del patronazgo y el sistema electoral fue en aumento. La leyenda de John Wilkes intensifico ponto la protesta pública.
John Wilkes, ambicioso miembro de clase media de la cámara de los comunes, era un periodista franco que criticaba públicamente a los ministros del rey. Arrestado y liberado prontamente, Wilkes fue expulsado de su lugar en el parlamento. Al perseverar y ganar otro asiento parlamentario por el condado de Middlesex, cercano a Londres, nuevamente se le negó el derecho a ocupar su lugar en el parlamento. La causa de John Wilkes se identificó rápidamente con la libertad, y el lema ‘’Wilkes y libertad’’ fue empleado por sus partidarios, que venían de dos grupos sociales importantes: la gente común de Londres, que no tenía derecho al voto, y un elemento medio de propietarios menores, como maestros, artesanos y pequeños comerciantes de Londres y los condados circundantes. El grito de libertad no tardo en verterse en peticiones de reforma del parlamento y del fin a los privilegios parlamentarios. En 1780 la Cámara de los comunes afirmaba que ‘’la influencia de la corona ha aumentado, está aumentando y debería disminuir’’. Al mismo tiempo, la crítica interna fue exacerbada por la crítica exterior, especialmente de los colonos americanos, cuyo descontento con el sistema británico había llevado a la rebelión y a la separación. Aun cuando se hicieron reformas menores al sistema de patronazgo en 1782, el rey Jorge III se las arregló para evitar cambios más drásticos nombrando el primer ministro en 1783 a Guillermo Pitt el joven (1759 – 1826), hijo de Guillermo Pitt el viejo. Apoyado por los comerciantes, las clases industriales y el rey, quien se valió del patronazgo para obtener apoyo para Pitt en la cámara de los comunes, este último consiguió permanecer en el poder a lo largo de las épocas de la Francia revolucionaria y Napoleón. Sin embargo, el de Jorge III fue un respaldo incierto, a causa de sus periódicos accesos de locura. Con los éxitos de Pitt, se evitó una reforma severa del corrupto sistema parlamentario durante otra generación y la emancipación de la clase terrateniente como clase domínate en el parlamento ya que después de las reformas en el sistema se impuso la clase profesional más que la industrial en las elecciones con la subida de Palmerston y comienza la transformación de la monarquía constitucional a la monarquía parlamentaria que es la que empieza a regir en Gran Bretaña después de las reformas de distintos dirigentes hasta llegar a la reina Isabel II.